La sopa, un plato con alto valor nutritivo, que se remonta al Paleolítico.
Los consomés, caldos y sopas constituyen uno de los entrantes habituales de la comida. Estos platos sencillos y variadísimos remontan su existencia al Paleolítico, si bien fue en el Neolítico cuando comenzaron a hacerse habituales. Desde entonces, las diferentes culturas les han conferido un valor gastronómico propio, de acuerdo con sus propias realidades económicas y sociales. El éxito de la sopa a lo largo de la historia se explica por su mínimo coste y su alto valor nutritivo, debido a la infinidad de ingredientes que pueden intervenir en su fácil elaboración.
La sopa en su origen era tan solo un trozo de pan mojado con caldo, vino, etc., que fue mejorando culinariamente con el correr de los siglos. Así, los romanos sentían predilección por ellas y por los potajes, y el célebre recetario de Apicio les otorga un lugar importante.
Durante la Edad Media, debido a las dificultades económicas y a la carencia de alimentos, la agudización del ingenio hizo que la sopa alcanzara un momento de gran esplendor, especialmente la denominada dorada, a la que se coloreaba y daba gusto con azafrán y otras especias.
Ya avanzado el siglo XVIII, el médico Antoine Brillat-Savarin, célebre autor de la obra titulada Fisiología del gusto, afirmaba que la sopa había alcanzado la cumbre gastronómica en Francia, donde ya figuraba en los menús de las casas más refinadas.
¿Sopas calientes o frías?
Habitualmente, los caldos y las sopas se asocian con el invierno, por su carácter tonificante, y también se relacionan con un entrante o primer plato destinado a preparar el organismo para platos más suculentos. Sin embargo, estamos ante platos de una gran versatilidad no sólo por el gran número de ingredientes que puede aceptar su realización, sino también por las posibilidades de tomarlos calientes o fríos, como aperitivo o digestivo, en invierno o verano. Incluso sirven como reconstituyentes del organismo, cosa que la sabiduría popular ya ha registrado tradicionalmente. En este sentido, basta recordar la costumbre de servir sopa de gallina a los convalecientes, o la que tenían los monjes de los monasterios de servir sopa de ajo a modo de desayuno.
En relación al lugar que deben ocupar en la comida, la habitual es servir los consomés, sopas, caldos y cremas ligeros al comienzo de la misma a fin de activar los jugos gástricos para recibir unos platos más copiosos. Cuando las sopas o cremas son más espesas, este propósito ya no cuenta, de modo que en estos casos puede ocupar el lugar de platos más elaborados. Hay quienes dan mayor importancia a la ciudad digestiva más que aperitiva, con lo que en lugar de servir las sopas o consomés introduciendo las comidas, las sirven al final para activar más las funciones digestivas y aliviar cualquier sensación de pesadez que pueda tener el comensal.